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El amanecer más oscuro en la vereda San Juan; un grupo armado apagó la luz a cuatro personas…

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Prensapaisa.com

En la vereda San Juan, el canto de los gallos y el murmullo del río suelen marcar las mañanas. Pero al finalizar este mes de agosto, el día no comenzó con la rutina del campo, sino con un silencio pesado que presagiaba la tragedia.

Allí, a un costado de una humilde vivienda campesina, yacía el cuerpo de un hombre. Dentro, otros tres —dos más y una mujer— compartían el mismo destino: la violencia los había alcanzado sin aviso, dejando la casa convertida en un escenario de horror.

Los vecinos, acostumbrados a saludarse de finca en finca, no entendían cómo explicar lo que vieron. Nadie quería acercarse demasiado, pero todos sabían que la noticia pronto viajaría hasta el casco urbano: “cuatro muertos en San Juan”.

El eco de esas palabras desgarró a La Unión, un municipio que, pese a sus montañas tranquilas y su aire frío, no logra escapar de la sombra de la violencia.

La Policía llegó rápido, acompañada de la Sijín y la Fiscalía. Cintas amarillas rodearon la vivienda. Cámaras, libretas y chalecos se movían entre la zozobra de los campesinos, que observaban desde la distancia, con miedo de hablar en voz alta.

Nadie sabía con certeza quiénes eran las víctimas, pero todos coincidían en lo mismo: “cuatro vidas apagadas de un tajo, sin piedad”.

Las hipótesis de las autoridades apuntan al microtráfico, a disputas que nada tienen que ver con la gente trabajadora de la vereda, pero que les arrebatan la paz. Como si la muerte no necesitara excusas para instalarse en territorios que lo único que quieren es vivir en calma.

El gobernador ofreció 100 millones de pesos por información. Y aunque la cifra suena grande, los vecinos lo saben: ninguna recompensa devuelve las vidas perdidas, ni sana el miedo que deja una masacre.

Esa noche, la vereda San Juan quedó más callada que nunca. En las casas no hubo risas, ni fogones prendidos hasta tarde. Solo oraciones y preguntas sin respuesta: ¿quiénes eran?, ¿por qué ellos?, ¿cuándo parará esta guerra que no es nuestra?

La Unión, Antioquia, es un municipio que es conocido por sus montañas, por las Fiestas de la Papa y no por sus muertos, pero en este nuevo amanecer se tiñó de luto. Y la violencia volvió a recordarnos, con brutalidad, que en el Oriente antioqueño la vida todavía se escribe con lágrimas.

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